Desde su maestría inigualable y sus magisterios (in)voluntarios, Roberto Bolaño fue sabio y preciso al establecer que Rodrigo Rey Rosa es “un maestro consumado… Su elegancia nunca va en demérito de su precisión… Decir que Rodrigo Rey Rosa es el escritor más riguroso de mi generación y al mismo tiempo el más transparente, el que mejor teje sus historias y el más luminoso de todos, no es decir nada nuevo… Uno no puede sino pensar en todo el horror que se ha vaciado sobre Guatemala, la abyección y la sangre. Y también uno piensa en Miguel Ángel Asturias, en Augusto Monterroso y ahora en Rodrigo Rey Rosa, tres escritores enormes salidos de un país pequeño y desventurado”. Si alguna les faltaba, he ahí una agrupación de razones más que suficientes para leer o releer la obra tridestilada de RRR, Severina, por ejemplo, y las respuestas en torno a Severina, con sus resignados “noes” incluidos. (Se les ruega no buscar el Cuestionario Hitch que suele acompañar a estos diálogos. Por insondables motivos, el interpelado declinó (cor)responderlo… no se sabe si  temporal o perpetuamente.)

JL Perdomo Orellana

—¿Severina es usted?

¡Desde luego que no! Una de las reglas me propuse en este juego fue no pretender introducirme en la mente del personaje femenino. Aunque muchos autores han hecho este ejercicio, el de meterse en la piel, como dicen, de una mujer, y han tenido más o menos éxito, a mí ahora me parece que es un error…, si no estético, estratégico. Tal vez por la manera en que ha cambiado el mundo, tal vez porque ahora hay más mujeres que escriben y hablan de lo que sólo ellas pueden hablar. No sé. Pero digo que es un error porque implica una doble o triple impostura, que resulta innecesaria. Tal vez esto no sea así; tal vez todos, aun el hombre más viril, tenemos algo de femenino y por lo tanto cualquiera podría jugar ese papel; pero yo quería hacer el retrato de esta mujer desde el punto de vista del hombre, solo desde lo exterior.

—Cuando el narrador de Severina señala el cansancio que da “pagar precios demasiado altos por libros escogidos por y para otros”, ¿piensa en una librería como las de Artemis-Edinter o en una librería como Sophos?

En cualquier librería y en ninguna en particular.

—¿Cuál es el encanto de los autores japoneses, como para que a la protagonista le “fascinen”?

Creo que alguien que haya leído a los japoneses sabrá a qué se refiere ella con esa “fascinación”; pero si no los has leído, de nada sirve tratar de explicarla. La fascinación es algo que se experimenta, sin que necesariamente se entienda.

—¿Se merece el adjetivo de “tonto” el encargado de una librería que ha sido, sobre todo, alcahueto con una ladrona de libros? ¿Le vienen las “tonteras” de ser “un librero aspirante a escritor”?

Sí, sin duda. Él mismo lo reconoce más adelante, cuando cita. “Imposible ser sabio y al mismo tiempo amar”, o algo así.

—Cuando por fin el alcahueto “prensa” a la protagonista, lo primero que ella desenfunda es un teléfono “celular”. ¿Deberá acostumbrarse el mundo a que ya no habrá libro ni película en la que no aparezcan esos chunches?

Si las historias pasan en una ciudad contemporánea, sería inverosímil que no aparezcan.

—Asegura el encargado que “la gente que se dedica a robar libros es
muy poca, gracias a las innovaciones en los sistemas de seguridad. En mi experiencia más de la mitad son mujeres, o literatos con mochila o morral”.
Puesto que por éstos jamás nadie ha dado ni dará la cara, la cuestión debe centrarse en ellas: ¿aún no le reprochan sus amigas feministas a usted la complicidad como autor en tan “misógino” dato?

No. Pero no veo misoginia en ese dato.

—Como autor, ¿le caen tan mal las ratas y los zorros, como para decir que un abogado economista tiene “ojitos de rata o de zorro”?

Claro que no. Es el aspecto furtivo que hay en la mirada de estos animales lo que me sugirió la figura.

—Como lector, ¿le gusta tanto Yoshida Kenko, como para que aparezca citado en la página 25?

Sí.

—En vez de enojo, el encargado siente alivio cuando la ladrona vuelve y le “birla” Las palmeras salvajes de Faulkner “en la traducción de Borges”.
Aquí, ¿ajusta cuentas usted con ese libro, con ese autor o con Borges como traductor?

Dicen que la traducción de ese libro fue muy retocada por los editores
españoles. Pero no se trata de eso. El alivio viene al comporbar que ella persiste en su hábito, y eso le hace pensar que volverá una vez más.

—¿Qué hay en los autores Frederick Rolfe, Pere Gimferrer, Salvator Rosa, Norman Lewis y Jardiel Poncela, como para que el encargado se los lleve no a la isla desierta pero sí a la pensión desértica? (No le pregunto por qué lleva a Darío, pues está claro que sólo se trata de otro tic centroamericano.)

Son autores poco leídos que el protagonista quería mostrarle a Severina, tal vez creyendo que a ella le atraerían. Pero Darío no es , para mí, un tic centroamericano. En cuanto a innovador, en cuanto escritor experimental (en el sentido de que ensayó formas nuevas y muy variadas), me parece un autor ejemplar.

—El encargado asegura que Tecún Umán “no existió y sin embrago (sic, p. 42) es nuestro héroe histórico”. Por su complicidad como autor, ¿no ha recibido algún reparo por quienes se sienten ofendidos ante este tipo de “profanaciones” de las tumbas nacionales?

Todavía no.

—“La mayoría de la gente lee muy poco, o nada. Y sin embargo, gracias a Dios, hay quienes compran bastantes libros” dice el encargado, cuyas tribulaciones van creciendo de página en página. De nuevo, ¿se refiere el encargado a las librerías de Artemis-Edinter o a Sophos?

No!

—En la página 68, el encargado se dice a sí mismo que acaba de dar
su “primer paso hacia la liberación por medio del amor”. ¿No es ésta la
reconfirmación perfecta de que la Biblia tiene toda la razón en cuanto a que “de los muchos libros nace la confusión”?

Me parece que no. Como toda forma de locura, la del amor puede resultar liberadora.

—¿Qué hay en La tentation d’exister; Contre la musique; La carne, la morte e il diavolo; Daphnis et Chloé; Une ténébreuse affaire; The Honorable Picnic; Plan Pleasures; Black Spring; Among the Cynics; Filosofía de la coquetería; El libro del cielo y del infierno; La española inglesa; Flight From a Dark Equator; The Way of All Flesh; Carnets d’Afrique; Le Poisson-scorpion; Autobiografía psíquica; Los siete que huyeron; Viaje al monte Athos; Viva México! y Recuerdos de Bouselham como para que aparezcan inventariados en Severina? ¿Cuáles de estos títulos sólo existen en la imaginación del encargado? The Honorable Picnic, por cierto, ¿alude a las arduas actividades de los congresos de todas las repúblicas, empezando por el de la zona 1 de Guatemala?

Todos los títulos son auténticos. The Honorable Picnic es una novelita
satírica que ocurre en Tokio en los años 20. Su autor, un francés, firmaba con el pseudónimo de Thomas Raucat.

—¿De qué le sirve al encargado recordar la (in)certidumbre de Schnitzler que reza: “Una mujer te puede dejar por falta de amor, o por exceso de amor, por esto o por aquello, por todo o por nada”?

Supongo que de consuelo.

—Según el supuesto abuelo de Severina, “La tradición quiere que la gente se familiarice con la mentira desde el principio. La mentira es una necesidad. La primera (…) es el gordo de los regalos (…) Una mentira insostenible. Y a la edad en que los niños dejan de creer en él vienen las próximas mentiras.
El cielo y el infierno. El amor universal. La democracia. Y luego quieren enseñarles moral (…) ¿Es Severina una contribución a la verdad, en contra de las farsas nacionales que van en aumento?

No. Es un simple divertimiento.

—¿Retomará en alguna otra novela la “lucha por la dominación libresca de algunas zonas del planeta”… o prefiere dejar esa “fantasía futurista” a los seguidores más empedernidos de K. Dick y de Bradbury?

Nunca sé qué voy a escribir hasta que estoy escribiéndolo. Si algún día un seguidor de K Dick o de Bradbury emplea esa fantasía futurista, lo celebraré — aunque la idea de la dominación del mundo por grupos de objetos o elementos comienza en el Renacimiento, con Miguel Ángel, ¿no? Creo que hablaba de los metales, sobre todo, el hierro, el oro, que han “poseído” el espíritu de los hombres. También está Flusser, que habla de las máquinas fotográficas, que dice que nos utilizan para elaborar imágenes. Y hay alguien, no recurrdo si es un antropólogo, sudamericano, contemporáneo, que habla de cómo las sustancias psicotrópicas combaten entre ellas por la dominación del mundo a través de los hombres. Cita las guerras del opio y las actuales guerras causadas por el tráfico de cocaína y otras “sustancias controladas”. No dejan de ser ideas estimulantes, aunque no sean tan originales.

—Por último y ahí sí que “en honor a la verdad”, por fin: ¿es o no es usted Severina?

No, no.