Don Federico Chang, padre de mi amigo Gerson, me comentó, el día que lo conocí, que en China se decía que uno debía ser como el agua, que toma la forma del recipiente que lo alberga.
En Occidente, un comentario así se interpreta como cuando dicen de alguien que baila al son que le toquen. Es decir que hay que ser oportunistas y buscar el beneficio personal antes que intentar vivir con criterio propio o siguiendo sólidos principios morales y éticos.
El hecho de que en Oriente este proverbio, como se espera de un proverbio, sirva de buen consejo, muestra lo lejos que nuestra perspectiva occidental puede estar de coincidir con la oriental.
Estábamos la otra noche con unos amigos discutiendo acerca de los problemas que aquejan a nuestro país. Aunque las casi 8 horas que pasamos conversando alcanzaron para tocar una ingente cantidad de tópicos, el asunto de la eficacia, o de la eficiencia, resultó regresar una y otra vez. Ciertamente, el libro “los 7 hábitos de la gente altamente efectiva”, de Stephen Covey, que nos era familiar a todos e incluso muy conocido a algunos, dominó el enfoque de este tema a lo largo de la charla.
Traía yo, sin embargo, (como dicen los anglófonos, en la parte de atrás de mi mente) el asunto de haber leído la contratapa de la Conferencia sobre la eficacia, de François Jullien, que rezaba: “Si la concepción occidental de la eficacia, ligada a la modelización y a la finalidad, reivindica la acción, incluso hasta el heroísmo, el pensamiento chino de la eficiencia, indirecta y discreta, apoyada sobre el potencial de cada situación, induce «transformaciones silenciosas» que a menudo carecen de acontecimiento.”
Me propuse, y le propuse a mis amigos, leer este libro y comentarlo durante nuestra siguiente reunión.
François Jullien, filósofo, de formación clásica, y sinólogo, se interesa en este libro por la concepción que cada una de las dos culturas tiene del efecto que sobre la naturaleza y el mundo tienen la acción, la intervención humanas. Al mismo tiempo, se trata de una conferencia escrita para una audiencia de dirigentes de empresa, por lo que, sin sacrificar la profundidad, Jullien logra un texto hermoso y entretenido, que aborda temas pertinentes a su audiencia pero de interés tan amplio como son la historia reciente, la política de las grandes potencias, las mitologías fundacionales de las naciones o los contratos comerciales con empresarios chinos.
En dos platos, encontramos la diferencia de enfoque en los orígenes filosóficos de ambas culturas. Platón: “concibe aspirando a lo mejor”. En Occidente, nuestra eficacia consiste en la construcción de un modelo, una forma ideal, el trazo de su plan o mapa de ruta, el establecimiento de objetivos para alcanzarlo y finalmente la voluntad, que conduce a la acción, que conduce al resultado. El chino, por su lado, empírico, navega en la realidad en lugar de intentar transformarla; procura apoyar los cambios que le favorecen, intenta vencer al enemigo antes de entrar en combate.
Mientras el europeo busca los medios que le llevan a su pre-establecido fin, en China, se observan las condiciones y se propician consecuencias favorables. El uno proyecta, el otro anticipa. El héroe europeo que está dispuesto a dar su vida en pos de un ideal, por improbable que sea su causa, contrasta con el campesino chino que, en lugar de tirar de los brotes para que crezcan más veloces, diligentemente airea la tierra, la riega y elimina las malas hierbas para “ayudar a lo que viene solo” (Lao-Tsé).
La acción, cima de la manifestación del hombre, de su individualidad y valía, se contrapone al wu-wei (no-actuar) chino, que resulta de la “tensión entre el hecho de no forzar y el de no abandonar”.
Jullien, se lo agradecemos, se abstiene de hablar de la China mística que nos parecería contraria a la Europa racional. Su viaje al Este tampoco es apologético, ni nos lleva allí “por la fascinación de la distancia o el gusto por el exotismo”. Recurre a ella “como un operador (y un revelador) teórico con la intención de inquietar el pensamiento, de abrirle otros ámbitos posibles para, a partir de allí, poder relanzar la filosofía”.
De igual forma, sugiero, toda mirada que echemos hacia fuera (sea para pensar en la noción de eficacia, como acá, sea para pensar en la concepción que tenemos de nosotros mismos –digo ya nosotros guatemaltecos-) debe venir de un deseo de vernos mejor, desde el reflejo de la perspectiva foránea. La ilusión de aplicar modelos platónicos, ¿limita acaso nuestra capacidad de ver nuestros propios «potenciales de situación«?