Por: Melisa Rabanales
Mejor la ausencia es de esas novelas que no queremos que terminen y cuando lo hacen; creemos que nos deben algo. Edurne Portela (1974) escritora e historiadora vizcaína, logra en 234 páginas contarnos alrededor de treinta y cinco años de vida de Amaia, la protagonista.
La obra no solo está fabulosamente escrita en una narrativa limpia que permite hacernos crecer con Amaia, la más pequeña de una familia vasca. Sino también logra retratar el día a día de quienes viven en la guerra, la que está fuera, la que convive en casa y la guerra que mantenemos, casi siempre, con nosotros mismos.
Porque para Amaia, como cualquier niño que crece en entornos violentos, estar afuera es lo mismo que estar dentro: la ETA, los españoles, la familia y la ausencia, hermana gemela que cobra vida en cada página. De forma casi particular, cada miembro de la familia representa el despojo a su manera.
Amadeo, su padre, figura perfecta de los abandonadores. Un padre violento y agresivo que corta y deja cicatrices irreparables a cualquiera que toca. Luego se va, porque es lo mejor.
Elvira, ama, que logra refugiarse en el alcohol, tal vez porque estar presente siempre duele.
Y por último, los hijos, los daños colaterales, casi siempre presos del destino. Esos que consagran la ausencia como su mejor aliada. Uno con las drogas, otro al servicio de la causa vasca, Aitor con la filosofía y Amaia, la joven que no quería ser como ninguno de ellos, resulta aprendiendo el perfeccionado arte de su familia: el de huir.
Así es como Edurne plasma la cara más cruda pero también más humana de la ausencia. Ese término universal del que no se salva nadie.
“Ahora hay como ausencias palpables en donde hubo presencias invisibles”
Alejandra Pizarnik