Un viaje sin rumbo, un relato sin una búsqueda concreta, el deseo de supervivencia en el más lamentable de sus estados. La carretera, de Comarc McCarthy, narra una historia triste, la de un padre y su hijo, quienes recorren tramos de ciudades, de pueblos, de un país que ya no es país, mientras intentan respirar un día más, otro instante.
El mundo que alguna vez existió, que erigió grandes edificios, que llenó las carreteras de vehículos y los supermercados de alimentos, ahora sólo es una sombra, un resquicio. Afuera no hay nadie, no hay nada; caminan algunas sombras, despacio, y los hombres y mujeres se rehuyen entre sí, como animales, porque eso son; sólo que ahora están condenados a su existencia misma. Todo es ruina.
La carretera cuenta un viaje sin rumbo. Dos seres que a cada instante se hacen más débiles, más temerosos de su futuro y que ya no tienen ningún deseo más que el de encontrar comida, abrigo o una razón para no apretar el gatillo y darle uso a la única bala que los protege de todo, de todos.
El texto, escrito a partir de un narrador testigo y varios diálogos, ocurre en la secuencia de días, de meses y años que van acumulándose mientras el chico y el hombre, como se designa a los protagonistas, continúan su camino hacia el sur, hacia ese lugar que cada vez parece más una utopía; al refugio que no lo es, a la sombra que imaginan como si fuese una luz.
«Esto podría ser veneno, dijo. Tendremos que cocinarlo todo a fondo. ¿Te parece bien?
No sé.
¿Qué quieres hacer?»
En 1927, el físico alemán Werner Heisenberg planteó el principio de incertidumbre. Este dice que cada partícula está asociada a una onda, por lo cual no podría determinarse al mismo tiempo su posición o velocidad. La incertidumbre, lo que no se sabe; cualquier persona es incapaz de conocer con precisión hacia dónde lo llevarán las diversas circunstancias que afrontará en la vida y, sin embargo, sí puede hacerse una idea, tener una noción de los caminos que recorrerá. En un mundo devastado en medio de las ruinas de la civilización, no se sabe siquiera si los alimentos son comestibles: cualquier cosa puede aniquilarlos en cualquier instante.
¿Cuál es el objetivo del padre y su hijo? ¿Por qué viajan? ¿Por qué buscan sobrevivir? Cuando escribió Humano, demasiado humano, Friedrich Nietzsche dijo que el peor de todos los males es la esperanza, pues ésta sólo es capaz de prolongar el tormento de quien se aferra a ella.
No obstante, en La carretera la esperanza es además fantasma. Porque no es una constante, sino sólo deja destellos. Y está plagada de memoria, como la de la esposa del hombre, quien prefiere la muerte -de igual forma llegará- que alargar el sufrimiento, la angustia, el miedo hacia todo lo que puede ocurrir en un instante.
«No, estoy diciendo verdades. Tarde o temprano nos cazarán y nos matarán. A mí me violarán.. A él también. Nos van a violar y después de matarnos nos devorarán pero tú no quieres reconocerlo. Tú prefieres esperar a que eso pase. Pues yo no. No puedo. Se quedó allí sentada fumando un tallo enclenque de parra seca como si fuera una especie de extraño cigarro puro. Sosteniéndolo con cierta elegancia, la otra mano sobre sus rodillas recogidas. Ella le miró del otro lado de la pequeña llama. Antes hablábamos de la muerte, dijo. Ya no. ¿Y sabes por qué?»
Porque la esperanza también se apaga. Y una vez muerta, ¿queda alguna razón para seguir?
La esperanza puede ser una cosa terrible. Algo contradictorio. El fuego, por ejemplo, es la imagen que el hombre da a su hijo, cuando le recuerda que es él quien lo lleva, de la esperanza. El fuego como luz, como protección, como calor. Pero también representa el mal: donde sale humo, donde algo arde es porque allí existe peligro, puede haber más gente cuyas intenciones son desconocidas.
El hombre observa a su hijo y podría estar en él la razón de su supervivencia. Siente una terrible tristeza de verle flaco, lleno de dudas, lleno de miedo. Es que el miedo es otro elemento recurrente: todo les es desconocido y cualquier situación puede llevarlos a un fin fatal.
¿Hay alguna otra razón para sobrevivir? La novela se traza principalmente a partir de descripciones. Las ciudades que no existen más, los caminos olvidados, las casas abandonadas y los refugios que nunca pudieron ser ocupados. El tiempo ocurre y todo parece agreste, sin sentido.
Describir, hacer un recuento, una lista. Son pocos los momentos en que el narrador va más allá: se dedica a contar cómo son los días. Porque no hay más, sólo los pasos, sólo el camino sin sentido a través de una carretera que lleva hacia ninguna parte.
Pep Balcárcel, Guatemala
Escritor y editor. Estudió Lengua y Literatura. Fundador de Pato/Lógica Editores. Ha colaborado con diferentes medios locales y extranjeros como Nómada, Contrapoder, Artículo13 y PanAm Post. Ha publicado las colecciones de cuento Los ojos de lo insano (Editorial X, 2014) y El asesinato del Cuervo (Magna Terra Editores, 2017); además de los poemarios Obelisco 65 (Letra Negra, 2012), Fragmentos (Chuleta de Cerdo Editorial, 2016) y Olvidé decirte adiós (Sión Editorial, 2017). Su obra ha sido incluida en varias antologías centroamericanas. Actualmente escribe en Liberoamerica.com.