Entrevista con Philippe Hunziker.

“En SOPHOS me topé con que aquello era lo que deseaba hacer por el resto de mi vida”.

Hace 6 años (2012), quise llevar a cabo una serie de entrevistas con personas relacionadas con la industria del libro. Mi idea era comprender por qué en Centroamérica los escritores la tenemos tan complicada. Como parte de dichas entrevistas, conversé con Philippe Hunziker, gerente de la librería SOPHOS, que, en Centroamérica, es la más grande y especializada en temas literarios. Dicha entrevista nunca fue publicada, hasta ahora.

Philippe me ha dado cita en su oficina: una de las librerías más hermosas que conozco y punto de encuentro de muchos escritores e intelectuales guatemaltecos. Se encuentra ubicada en Fontabella, un centro comercial relativamente nuevo, de arquitectura colonial y con diversos restaurantes, bares y tiendas.

Cuando llego, lo encuentro sentado en una de las pequeñas mesas del café bistrot que forma parte de la librería, donde yo misma acostumbro hojear libros, tomar café y trabajar. Me invita sentarme.  Philippe pide un expresso y yo un capuccino, al tiempo que saco mi grabadora.

Le advierto a Philippe –quien es una figura conocida en Guatemala– que por tratarse de una entrevista que a va a ser publicada en un medio de El Salvador, tendré que hacerle algunas preguntas básicas. Philippe, que es un tipo amable y serio, asiente con la cabeza.

–¿A qué te dedicás? –le pregunto para iniciar.

–Soy librero –responde con sencillez. –Desde hace doce años me dedico a comprar y vender libros. Eso hago.

Me cuenta que la idea de tener una librería, no fue un tema que existiera en su familia desde que él era niño. Pero añorar una buena librería en Guatemala, dice, sí fue siempre tema de sobremesa.

–Cuando mi mamá cumplió cincuenta años, decidió poner la librería.  Dejó el trabajo de vendedora de carros que tenía. Ni ella ni yo teníamos experiencia en vender libros.

SOPHOS comenzó en la Avenida Reforma, en la zona 10, una concurrida arteria de la ciudad de Guatemala, en un local de ochenta metros cuadrados. Hace unos cuatro años nos mudamos a Fontabella, agrega.

–La oficina de mi mamá– afirma Philippe– era del tamaño del baño que ahora tenemos. El café sí estaba incorporado desde el primer día.

 

Philippe cuenta, con cierto orgullo, que su mamá, Marilyn Pennington, a quien invariablemente puede encontrársele en la librería, arrancó con mucha ilusión, pero con pocos medios. Se topó con un público que estaba hambriento de libros que no fueran comerciales. Como los que habían deseado en su casa, afirma Philippe mientras agrega azúcar a su expresso. Rápidamente se hacían hoyos en las libreras y SOPHOS comenzó a crecer.

Un año y medio después su madre “pidió pelo”.  Era demasiado trabajo, dijo. Así que Marilyn llegó a pensar incluso en cerrar. Pero Philippe, que por aquel tiempo había dejado su trabajo y laboraba freelance, decidió echarle una mano. Aquello fue a inicios del año 2000.

–Según yo – afirma Philippe, al tiempo que pega un pequeño sorbo a su expreso– era temporal. Creí que la ayuda duraría lo que le tomara a ella agarrar el ritmo. Pero, sin esperármelo, me topé con que aquello era lo que deseaba hacer por el resto de mi vida. Me enganché con la librería de una forma total– dice con un gesto de asombro.

–¿Y vos de qué trabajabas antes de eso?, le pregunto.

–También vendía carros –responde–. Mi trabajo era poco estimulante. No es lo mismo que te guste lo que hacés, que hacer lo que te guste. Y eso lo encontré en la librería.

–¿Por qué la combinación de libros y café? –pregunto.

–¿Y por qué no? –responde–. La enorme mayoría de librerías no lo tiene, pese a ser una combinación obvia. Hubo fuentes de inspiración –agrega–. En México existe un restaurante llamado “Un lugar de la mancha”. Es un restaurante que tiene libros exhibidos para la venta. Yo viajaba mucho por el tema de los carros. Nos pareció natural que te pudieras sentar a platicar con otras personas sobre los libros que estabas viendo. La mayoría de librerías no están diseñadas como un sitio en dónde estar, si no a dónde ir a comprar. SOPHOS, desde un inicio, se pensó como un sitio donde la gente pudiera ir a pasar el tiempo. Luego supimos que eso tenía un nombre. Se llama “construir un tercer lugar”: el primero es tu casa y el segundo es la oficina. El tercero es para sentirlo tuyo, pero no es tu casa ni tu oficina. Donde nadie te friegue. Sin hijos y sin jefes ni empleados. Eso quisimos hacer de SOPHOS.

Philippe me cuenta, luego de pedir un postre que la mesera le lleva en una pequeña copa de vidrio, que en un inicio muchas personas le manifestaron su preocupación. Pensaban que al servir café junto a los libros, la gente los iba a manchar o los leería sin comprarlos. Y también estaban los que les auguraban un fracaso estrepitoso. Descubrieron, sin embargo, que la gente no mancha los libros y tampoco fracasaron en su intento.

–La gente a la que le interesan los libros, que les da un valor más allá de lo material, los cuida. No los mancha –me dice mientras apoya los codos sobre la mesa–. Uno quisiera que todo el mundo comprara. Que el que agarrara un libro se lo parara llevando. La mayoría de veces es así, pero no siempre. Si yo tuviera una zapatería, sería más fácil de entender. Para que la gente compre un par de zapatos, se lo tiene que poner. No lo voy a dejar que se vaya caminando de aquí a la esquina, pero tiene que probárselo. Lo mismo es un libro. Y mucha gente va a medirse zapatos y nunca compra. Y no por ese único cliente que no compra, vas a perjudicar a todos los demás que se quieren probar los zapatos y sí los quieren comprar. Claro que a veces te da la tentación de evitar el abuso.

Fijate que en la Reforma, por ejemplo, teníamos un cliente que llegaba, se sentaba y veía libros. Un día se acercó a la caja y preguntó por uno. Le dijimos que se había agotado. ¡Ahhh la, no puede ser!, dijo de la manera más natural. ¡Pero si no lo había terminado de leer! Y es que hay gente que piensa que esto es una biblioteca. Pero estos son bien pocos. Además, ¿cuánto tiempo tendría que estar aquí una persona para poder leerse un libro entero?

En consecuencia, hoy por hoy, SOPHOS es un lugar en donde se da encuentro la más diversa clase de personas.

–SOPHOS es célebre –le digo a Philippe, al tiempo que lo observo vaciar de a poco la pequeña copa con una cucharilla– porque algunos de sus clientes asiduos son famosos. Aquí te podés encontrar toda clase de gente. ¿Es SOPHOS un lugar de encuentro de intelectuales? –pregunto.

Philippe me explica que, desde la perspectiva comercial, una persona puede llegar a su librería, tomarse un vaso con agua, ver un montón de libros e irse. Sin embargo, como a ellos no les molesta que haya clientes que sólo lleguen a hojear, en todo momento tienen una mesa vacía y que, a lo mejor, eso hizo que SOPHOS se convirtiera en un punto de encuentro en la ciudad de Guatemala.

–Nuestros libreros no se acercan al cliente nunca. Les hemos pedido esperar a que éste tenga cara de pregunta para aproximarse. Y aunque deseas llegar a un lugar donde no te molesten, tampoco quiere decir que querrás llegar a un lugar vacío. La socialización es parte importante de sentirte a gusto en un lugar. Entonces, el hecho de que tengamos aquí gente todo el tiempo, permite que te sintás más cómodo. Aunque no conozcás a la gente que está aquí, se tiene la sensación de compartir una experiencia con otros. Además –añade Philippe–, en una sociedad como la guatemalteca, que es tan polarizada, donde la gente se reconoce por lo que la diferencia y no por lo que la acerca, SOPHOS ha sido, desde siempre, un lugar donde la derecha recalcitrante se ha sentado junto a la izquierda extrema. Al principio quizá lo hayan hecho en mesas separadas. Hoy día, sin embargo, ya lo hacen en la misma mesa. Y es que en Guatemala no había otro lugar en dónde hacerlo. No había un lugar que  reuniera cosas que pudieran ser interesantes para conceptos diferentes. Y SOPHOS siempre ha sido una librería diversa. En ella pueden encontrarse libros para todos los gustos. Por ello mismo, opina Philippe, gente de diversas ideologías van a buscar libros y se encuentran.

– Al final de cuentas, ¿podría considerarse que SOPHOS también contribuye a formar cultura?, pregunto.

– Esa es una afirmación muy grande –responde–. Muy pretenciosa, yo diría. Digamos que la librería contribuye a iniciar y facilitar conversaciones. Lo típico es pensar que las vas a iniciar con autores. Pero también se hace con gente que encontrás en los pasillos o en una presentación o en clubes de lectura. Se trata de gente que no conocías, pero que tiene intereses comunes con vos.  Y es que en los libros está todo de forma potencial. Te permite provocar todas las conversaciones posibles.

Cuando pregunto a Philippe su opinión, sobre qué debería ser una librería, me responde que si le hubiera hecho esa pregunta hace unos años, seguro me habría descrito lo que hoy es SOPHOS.

–Teníamos la idea de lo que era una librería e hicimos SOPHOS como pensábamos que debía ser –dice–. Aún no estamos donde querríamos estar, porque siempre hay cosas que uno desea. Pero no creo que haya una librería ideal, porque atienden distintas necesidades. Una librería en una universidad es una cosa distinta a la de un pueblo, por ejemplo. Pero, dentro de todo, me parece que una librería debe tratar de comprender a su público y de brindarle las cosas materiales o las experiencias que necesita. Debería siempre recordar que la cultura es la que en esencia la caracteriza. Bueno, no… –se interrumpe– cultura es una gran palabra. Prefiero cambiarla por conversación. Pues, ¿qué es cultura, sino una conversación?

– ¿Sos un gran lector? –le pregunto–.

– No –responde sin titubear.

–¿No?

– Es que conozco grandes lectores, y sé que no soy uno de ellos. Soy un gran curioso, y eso me impide ser un gran lector. Eso y el hecho de que trabajo en una librería. Nada me impide llevarme a mi casa hoy por la noche, un libro que quiero hojear. El sueño de todo lector es mi pesadilla. Me llevo dos o tres libros diarios y tengo que regresarlos al día siguiente. ¡Tengo dos años de no terminar un libro! –afirma.

– ¿Qué libro estás leyendo ahorita?

Señores niños, que es una novela sobre unos adolescentes en el colegio. Es de Daniel Pennac, de quien leo todo. Terminé de leer Mañana nunca lo hablamos, de Eduardo Halfon. Incógnito sobre neurología e inconsciente. Leo lo que puedo, hasta que llega otro libro que es más urgente y lo desplaza.

–Vos, como sea, sos un lector. Tenés una cultura que te inculcó la lectura.

– Sí, tengo mucha cultura general, al menos –afirma Philippe, al tiempo que suena su celular y yo aprovecho para llamar a la mesera y pedir otro café.