Aquello de que todas las familias felices son iguales y las infelices son cada cual a su manera, lo podemos encontrar no solo en las primeras líneas de Anna Karenina, si no que también, a veces deformado y a veces como epígrafe, en otras novelas de excelente factura, que juegan con este curioso concepto de la felicidad familiar. Así lo muestra el deliberadamente malicioso y retorcido comienzo de Ada o el ardor: «Todas las familias felices son más o menos diferentes; todas las familias desdichadas son más o menos parecidas», lo que viene a plantearnos que las familias, por mucho que se parezcan o diferencien, siempre son ellas mismas, en su peculiar extravagancia o vulgaridad, ni más ni menos, un cóctel molotov de frustraciones, alegrías y tragedias. Por más que se reclame la limpieza quirúrgica de una familia, ahí está la mancha, el dolor contenido, el arrepentimiento.
En este punto, sería una obviedad afirmar que la familia es la primera sociedad a la que pertenecemos hombres y mujeres. La familia es pues, la fuente del pasado y el futuro. ¿Y quiénes son esos “otros” con los que un ser humano se topa por primera vez? Con sus padres, naturalmente. La relación padres-hijos es el eje central de los fascinantes escritos del psicoanalista lombardo Massimo Recalcati. Su texto, Las manos de la madre, así como El secreto del hijo son ensayos de gran lucidez, que, inspirados en las teorías de Freud y Lacan, brindan una perspectiva única sobre la figuras arquetípicas de la madre, el padre y el hijo.
La madre es muchas cosas. Sus manos, su primer rostro, su rostro el espejo del niño, su seno, el objeto-signo del amor. Para Recalcati, las manos maternas son aquellas que salvan a la criatura de su violenta disolución. Le salvan del abandono del mundo. Su tacto, tan importante, rescata al individuo del vacío, del sinsentido. El rostro materno es, por su lado, el espejo del niño, el reflejo de su primera humanidad. Y las palabras de la madre, el primer contacto con el lenguaje, con el gran aparato sígnico del que se desprende la vida cognitiva y social. Conceptos como el deseo de la madre, en contraposición con el deseo de la mujer, así como la Ley del Otro (en este caso el padre o compañero), que evita el incesto simbólico de la madre y el hijo, son componentes primordiales de la propuesta de Recalcati. También son llamativas las imágenes de la madre caníbal-cocodrilo, que reclama a su fruto para luego fagocitarlo, así como la madre narcisista que compite con sus propios hijos, y que en algún estadio, les ve como un desperdicio o residuo de su cuerpo y de su condición femenina. Son fenómenos psíquicos y simbólicos, que en ciertos niveles, desde los más leves hasta los más patológicos, determinan la vida del niño, de la niña y de sus padres, de sus humanidades y por supuesto, de la visión del Otro.
El secreto del hijo, por su lado, enfatiza la otredad del hijo, su misterio inédito, su vida como un aparte. Sin embargo, la condición del hijo es contradictoria: si bien su vida es otra a la de sus padres, la procedencia, el pasado, configura su persona, su misterio. Por más que huya de él, el sentido del pasado le poseerá. Y en este punto, el autor realiza comparaciones de sumo interés literario y filosófico. Tomando como punto de partida la tragedia de Edipo Rey, Hamlet y la parábola del hijo pródigo, Recalcati explora las diferentes condiciones del hijo como sujeto simbólico, como heredero del lenguaje y a veces incluso, como sombra de la sombra.