Artículo por: Adelaida Loukota.
Los héroes clásicos eran fuertes, valientes y apuestos jóvenes que representaban todas las virtudes y valores fundamentales para la gente de su época. Luchaban contra monstruos que amenazaban esas virtudes o la integridad física de su mundo, a veces en solitario y a veces con la ayuda de dioses o amigos. Los monstruos eran temibles, representaban a fuerzas de la naturaleza, indómitos e impredecibles como tornados o terremotos y el héroe debía vencerlos para proteger aldeas y campos de siembra. Con el paso del tiempo los monstruos se fueron transformando, así como también se fueron transformando los poblados gracias a la tecnología. Hay una analogía simple de esa transformación en el cuento de Los tres cochinitos. El primer cochinito tiene una casa de paja, llega el lobo (ese gran villano de los cuentos clásicos que es la personificación de todo mal, ese que es la amenaza que podía despojar a la gente de su sustento al matar a las ovejas de los rebaños o al matar a los niños en el bosque), sopla contra la casa y la derriba. El primer cochinito corre a refugiarse en la casa de madera del segundo cochinito. Llega el lobo y sopla y sopla como los tornados y destruye la casa. Ambos cochinitos corren a refugiarse en la casa de ladrillo del tercer cochinito, que es más fuerte y hasta cuenta con chimenea y ahí es donde el lobo es derrotado.
Digamos que cuando la humanidad llegó al punto de tener casas de ladrillos, las personas eran más capaces de defenderse de los monstruos de la naturaleza. Sabían que los peligros estaban afuera de sus casas, pero habían empezado a comprenderlos y, aunque seguían siendo una amenaza, tenían otras preocupaciones más apremiantes, como las enfermedades que arrasaban con aldeas completas, esos males invisibles que dejaban vacíos los hogares.
Después de la Ilustración y todos esos avances en ciencia y filosofía que dieron como resultado la Revolución Industrial, con todos los cambios que amenazaron a la tradicional y rígida sociedad victoriana, vino el miedo a otra parte de la naturaleza que incluso hoy todavía no hemos podido controlar y que luchamos por comprender, la naturaleza humana y nuestra poca habilidad para lidiar con el miedo al cambio, a lo desconocido, a lo artificial. El monstruo que había estado tratando de entrar a nuestras casas tomó la forma de un conocido demonio que bebe sangre para sobrevivir, adoptó el cuerpo de un muerto y se dedicó a desenmascarar la falsa virtud, a seducirnos a cambio de nuestra alma. Probablemente el más famoso representante de esta raza sea Drácula, él es uno de esos personajes que se convierten en una referencia cuando hablamos de monstruos, reúne las cualidades de sus antepasados, los históricos, los mitológicos, los de ficción, y sirve de referencia para los que vendrán.
Después de un siglo, de dos guerras mundiales y otras tantas guerras más pequeñas, el monstruo siguió su desarrollo y dejó de ser algo externo, el miedo ya no está afuera, probablemente porque comprendemos los fenómenos naturales y los fenómenos humanos y nos sabemos impotentes para evitar las grandes catástrofes, pero nos sabemos capaces de reconstruir nuestro mundo una vez más. El miedo ahora acecha dentro de nosotros, es una parte de nosotros y pocas veces nos atrevemos a enfrentarlo.
Ahora que tenemos mucha más tecnología de la que tuvimos jamás, ¿qué ha cambiado en nuestras sociedades y qué sigue siendo lo mismo? ¿Por qué los vampiros siguen vigentes en nuestro imaginario? Hemos aprendido a curar nuestras enfermedades y a tener vidas más largas, hemos inventado muchos aparatos para transportarnos, para hacer tareas domésticas e industriales, hemos aprendido a entretenernos. Seguimos viviendo en familia, seguimos teniendo personas importantes a las que queremos y de las que esperamos que nos quieran, así que el miedo a algo que nos deje solos en el mundo también sigue siendo una amenaza y por eso sigue habiendo películas y series de zombies.
En “Entrevista con el vampiro” hay una escena en que Claudia le pide a Louis que convierta en vampiro a una mujer para que sea su madre, Louis le pregunta a la mujer por qué quiere hacerlo, si le parece que la niña es una muñeca o algo así, ella le contesta que Claudia es la niña que no morirá. Louis comprende la terrible soledad y tristeza de la mujer y accede a convertirla en vampiro. Así que esos seres que alguna vez fueron una advertencia para los que abandonaban a su familia, no educaban a sus hijos o se perdían en el vicio, ahora son los que pueden ofrecer dicha familia, que, además, será inmortal.
Durante la época victoriana se desarrolló mucha de la tecnología que nos sirve para guardar la memoria, cámaras de fotos, el cine, máquinas de escribir, fonógrafos. A la gente de la época le pareció una monstruosidad poder revisar el pasado con tanto detalle, le tenían miedo a esos inventos para mirar al pasado. Ahora tenemos tanto apego por esos aparatos para ver el pasado que lo que tememos es no tener a alguien para compartir los momentos y nos inventamos parejas y amigos virtuales. El monstruo contra el que luchamos está en nuestro interior y no es esa voz que a veces nos dice que no somos suficientemente buenos, inteligentes o bonitos, sino esa voz que nos dice que nos quedaremos solos al final del día, cuando llegue la oscuridad y no haya una luz que ilumine nuestro interior.
Quizás ya no necesitamos héroes que nos salven de los gigantes de siete cabezas o de las crisis de misiles. Quizás lo que necesitamos es que nos recuerden que adentro de nosotros está el héroe que ilumina la oscuridad, ese que se parece a Van Helsin y usa la razón para defenderse, ese que sabe que sí somos lo suficientemente buenos, inteligentes y hermosos, que somos lo suficientemente fuertes para conocer nuestro potencial y no dejar entrar al vampiro a nuestra casa, a nuestra vida. Al final de cuentas, todas las historias de vampiros existen para recordarnos lo valioso de una vida finita, los peligros de la indolencia y la necesidad de encontrar a otros cochinitos para escondernos en su casa y protegernos los unos a los otros.