Preguntale al polvoLo más inquietante y poético de este libro comienza con el título: Pregúntale al polvo (ask the dusk). Porque suena como un golpe, como la línea de un gran verso de Whitman. Durante días el título pasa dando vueltas en mi cabeza y el libro se queda a la espera sobre mi escritorio, encima de una pila de libros que deseo (o que necesito) leer. Por fin llega el momento. Es una mañana soleada, tengo una dos horas para beberme un café, fumarme un montón de cigarros antes de entrar al trabajo. ¡Maravilloso! Saco el libro y comienzo a leer la introducción, aquel prólogo que le dedicara Charles Bukowski en el año 1979. A medida que dejo atrás el prólogo y me adentro en el primer capítulo de la novela, algo sucede adentro de mi cabeza, algo estalla. Es parecido a un Dejavú, como si en otra vida hubiese leído este mismo libro o hubiese vivido esa misma vida. Las palabras encarnan a un personaje, y no me refiero a esos personajes tan celebrados por la crítica cebada y machacona, me refiero a alguien que parece irrefutable: Arturo Bandini.

Bandini es un soñador convencido de que algún día la gente celebrará sus sueños. El se dice escritor y a ello le apuesta todo cuanto es en el mundo. Ha publicado un cuento en una revista, se ha carteado con un escritor famoso y deambula por la ciudad durante todo el día, esperando que llegue el momento en que pueda dedicarse completamente a escribir sin depender de la prosaica y miserable situación de ganarse la vida. Desgraciadamente Bandini es un hombre pobre, algo que es casi un delito para un escritor. Así que no le queda otra que mendigar un poco de reconocimiento y, claro, también un poco de plata que le salve la semana o el día. No tiene vicios (lo que me parece curioso) ni es un amargado; tiene, incluso, una extraña fe católica, una religiosidad que lo encierra y lo lleva rezar cada vez que puede, para pedirle a Dios que lo convierta en un Dostoievski o alguno de sus símiles. La respuesta del Creador es elíptica, no le envía ni un trabajo ni un contrato editorial, le envía una mujer, una guapa y atormentada mexicana que conoce sirviendo mesas en un comedor de poca monta. Bandini la enamora, pero la muchacha tiene novio, un patán sin delicadeza que la trata como rastrojo.
Descrita así, pareciera que no hay nada nuevo en la trama de Pregúntale al Polvo. Algo que merezca obviar al joven Werther o a la magistral Hambre de Knut Hamsun. Pero no es así. Más que una historia, esta novela posee la fuerza de un gran narrador como Fante, está llena de esos diálogos fulminados por la rabia y la contundencia de un verdadero poeta y esa manera cuasi-aforística de hilar los hechos con las palabras.

John Fante no fue un privilegiado, escribió y se mantuvo con vida hasta casi los ochenta años. No recibió mayor reconocimiento por su muy valiosa obra, pero indudablemente abrió las puertas para que su estilo fuera calcado por los más grandes escritores contemporáneos de Estados Unidos, entre los que está Bukowski y Raymond Carver. De alguna manera todos los que pretendemos escribir con rudeza hasta la intoxicación, pasamos, tarde o temprano, por sus libros. Dejó el mundo en 1983.

Javier Payeras, junio de 2006