Hurgar entre las cosas divinas es uno de los anhelos mayores de los hombres; la creación ex-nihilo es una ambición.
Los antiguos cabalistas aseguraban que puede crearse vida a partir de la combinación de letras y números y del sagrado y secreto nombre de Dios.
De allí nace la leyenda de El Golem. Una especie de humanoide, creado por el rabino Judah Loew ben Bezabel en el siglo XVII para hacer el “trabajo pesado” en la sinagoga a su cargo.
El monstruo cobraba vida gracias a una inscripción mágica colocada detrás de los dientes y que le era retirada al atardecer.
Sin embargo, una tarde, el rabino olvidó quitar la inscripción y el monstruo escapó a las calles destruyendo a quien hallara a su paso.
El Golem fue castigado con la muerte.
En el siglo XX, 1915 para ser exactos, el escritor austriaco Gustav Meyrink decide retomar la leyenda y publica su ahora reverenciado libro El Golem.
Siguiendo las normas cabalísticas, decide que el monstruo cobre vida cada 33 años, y lo hace aterrorizar las calles de Praga.
El relato de Meyrink encierra un estilo poético y mitológico, se vale de los temores más acendrados de la psique humana para hundir al lector.
Pernath, el protagonista, nos narra su historia, los sucesos diarios de la judería de Praga y su encuentro con El Golem, en una Europa angustiada por la guerra, atacada por el hambre y la violencia, que necesita del mito y la imaginación para evadirse de la realidad que la atormenta.
Aunque no carece de sangre, la novela de Meyrink no está hecha sólo de ella. Es más, casi no parece necesitarla. Es una historia de terror arcano, indescifrable. Un terror que el lector simplemente no comprende y precisamente por eso teme más.
Cada letra de la novela está llena de misterio, casi como la misma cábala, y Meyrink, además, regala al lector un final onírico fuerte y apabullante, simplemente inesperado.
El Golem, como criatura, es un mal reflejo del ser humano como el ser humano es un mal reflejo de Dios; los hombres temen al Golem. Interesante sería cuestionarnos si Dios teme a los hombres.
Que Meyrink responda.
Gabriela Navassi
Gaby, definitivamente uno de los mejores libros que he leído en los últimos tiempos, valió la pena la espera. A mí esto de la cábala y la creación desde la nada a través de la magia del lenguaje, me parece fascinante. Me recuerda la película de Darren Aronovsky, «Pi», y todos aquella discusión que hay sobre la numerología del hebreo, la «Torá» y que ésta presenta una especie de «paratexto» profético, etc.
En sí, esos aspectos que a nadie pareciera que le sirven de nada, pero para nosotros sí, para leer, disfrutar, imaginar y platicar. Por cierto, yo también cuando leí el Golem, escribí algo en mi blog, por si queres visitar: http://xibalba-wampyr.blogspot.com/
Hasta pronto, un abrazo.
y… me siento en el compromiso de dejar un comentario…
La muerte es una constante en mi vida, como en la de cualquier otro. Mucho se ha dicho y se dirá sobre ella porque es parte irrevocable de vivir. Pero ahora bien, así como la vida no es existencia per se, tampoco la muerte es su seudónimo. Dejar de vivir, es decir, morir, no significa necesariamente dejar de existir. Hay personas que viven toda su vida sin existir y, como en el caso de mi amiga, hay las otras que mueren pero siguen existiendo. No voy a decir que “en nuestros corazones” o en “nuestra memoria”, porque además de ser común también es obvio. Su trascendencia que la hace seguir existiendo, es el aporte que deja en la tierra de los (medio) vivos.
Sus escritos, sus comentarios, sus recomendaciones, sus charlas, sus grupos de lectura… fueron y son los vehículos de la inspiración que en todo momento emanó y compartió con quienes la conocemos, no era cuestión de trabajo, era algo natural, era compartir algo que amaba: los libros, las historias, las letras. En común teníamos la fantasía, los mundos imaginados, las leyes inventadas, los universos paralelos, los viajes aventureros de épica y honor, los personajes bizarros, las historias complicadas y sin fin.
El rincón aquel de la librería donde regularmente nos topábamos sigue siendo un logro de ella, la esquina de la literatura fantástica, en medio de océanos y verdades lógicas, análisis de la realidad y ficciones verosímiles, había la ficción por excelencia que tanto nos gusta y tanto comentábamos. Nos reuníamos en esa esquina a platicar tanto con Frodo, como con Lestat, con Merlín, con los celtas, con los duendes, con los elfos, con Lewis y hasta con Potter. Hoy la esquina esa ya es un poquito más grande, ya tiene un cuarto de mesa-mostrador también.
Hace días, horas quizás, murió esa amiga mía. No hablábamos mucho, no nos frecuentábamos, creo que no teníamos nuestros números de teléfono ni sabíamos a ciencia cierta en dónde vivíamos. Pero cómo la extraño ahora que ya sé. Compartíamos un rincón de fantasía e imaginación, de libros y de charla, nos compartimos escritos y referencias, críticas y opiniones, gustos y preferencias. Eso nos contó más de nuestras vidas y personalidades que años de conocernos. Para mí, sigue existiendo.