“Me llamo Ludmilla y, a causa de un fabuloso delirio, terminé en un viaje inesperado, atravesando el océano Pacífico. Las cosas que uno ve… las cosas que uno oye. Dos parejas y Alfredo —un hombre solitario, afiebrado de paludismo— se lanzaron a la mar buscando el placer de la navegación y unas islas lejanas, hasta que el encierro dentro del velero, la enfermedad y los celos, acabaron por soltarles las amarras de la cordura y romper los cabos de la amistad y del amor. Alfredo, mi solitario Alfredo… deleitosamente intoxicado por los vapores de la cannabis y alucinando por la fiebre, encontró su destino en el paraíso, en esas mismas tierras donde Gauguin había descubierto el suyo. Todo gracias a un viejo amigo, José Hutchinson, quien anhelaba romper la estela del horizonte con su velero, el New Rochelle Star. Alfredo puede explicarles algo de lo que pasó, y Antonio Ferrari, el aventurero de El molino del oso, les contará el resto de la historia. En cuanto a mí… a mí no me están escuchando; mi voz está en su imaginación”.